viernes, 9 de mayo de 2014

¿Cómo me relaciono con mi agresividad?

La agresividad es una reacción de supervivencia frente a un abuso. La agresividad es el disfraz de un gran dolor que busca ser reconocido, elaborado, y aceptado como parte del destino.
Algunas personas se paralizan o sienten miedo ante la agresividad de otros. A otras personas les sucede que la agresividad les desborda. En ambos casos es necesario trabajar para poder aprender a vincularnos con nuestra agresividad, a veces vivida en nuestra propia historia; y otras, podría ser heredada de nuestros ancestros. Por ejemplo, si existió agresividad entre mis padres, si uno de ellos no se atrevió a enfrentarla, si uno no se supo defender, etc. Estas cuestiones nos marcan desde pequeños y marcan nuestro estilo de relacionarnos con la agresividad.
Cuando reprimimos nuestra agresividad, cuando no sabemos gestionarla, es posible que aparezcan personas que se abusen de nosotros (emocionalmente o de otras formas). 
Estas personas están al servicio de nuestro aprendizaje, se presentan ante nosotros para que aprendamos a reconocer y reconectar, desde un nuevo lugar, con nuestra agresividad.
Cuando damos rienda suelta a nuestra agresividad y agredimos a otro/s, más tarde, nos vamos a terminar agrediéndonos a nosotros mismos, con sentimiento de culpa (inconsciente generalmente) generaremos depresión, algún fracaso, accidente, síntomas físicos, enfermedad, etc.
Ahora bien, ¿cómo puedo permitir que mi agresividad tenga el lugar que necesita en mí? La agresividad de nuestros ancestros ha permitido nuestra supervivencia, y por ello es necesario darle su lugar, agradecerle y honrarle. La agresividad es una reacción de supervivencia frente a un abuso. La agresividad es el disfraz de un gran dolor que busca ser reconocido, elaborado, y aceptado como parte del destino.
Ejercicio: Busco un lugar donde pueda estar tranquilo/a, centrado/a, y visualizo en frente a mi agresividad. En un lugar estoy yo y en frente mi agresividad (puedo representarla con un almohadón o un papel).
Durante un minuto me pongo en el lugar de la agresividad, espero a ver qué se siente, percibo mi cuerpo, me permito hacer los movimientos que sienta en mi cuerpo.
Vuelvo a ponerme en mi lugar, y si siento que es necesario, vuelvo a ponerme en el otro lugar más tiempo.
Luego, desde mi lugar, digo a la agresividad: “veo el dolor que está detrás de ti”; y me dejo llevar por el movimiento que vaya surgiendo.
Si he logrado abrazar mi agresividad, disfruto de la fuerza vital que surge de allí. Si aún no pude unirme a ella, dejo pasar unos días y retomo el ejercicio hasta poder tomarla como parte de mí. 

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